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Ensayos y política - 01 de Enero de 2004

Miserias

Miserias
Estamos plagados de mezquindades, de opiniones fatuas, de argumentos controversiales y puntos de vista que ignoran el testimonio de quienes padecen. La dirigencia descastada, y parte de la plebe, creen que los piqueteros, los hambrientos, los que duermen en las calles, los violados por el sistema y los que ejercen el poder, los que marchan reclamando justicia, los vendedores ambulantes y los que reciben un bono o un plan trabajar son meramente vagos que se resisten a acatar las normas establecidas que tienden a proteger el bien público y las bases formativas de la convivencia.

Los magnánimos dueños del avasallamiento y de la estafa programática nos manifiestan como se debe vivir en una sociedad civilizada, desentendiéndose de toda esa subplebe que solamente convoca en períodos eleccionarios.

Cada uno, para crecer, debe reconocer sus miserias y buscar la forma de hacerlas desaparecer. Pero debo confesar que tengo algunitas, a las que me resisto eliminar, dado que me producen mucho placer y a veces pareciera que fuera lo único bueno que me sucede en semanas. La realidad es un camino desventajoso para el usurpado y casi siempre desventurado para el que nada lo contiene. Es por eso que, tal vez, esas miserias se resisten al desarraigo por haberse formado en la rutina de esta lucha mantenida con la inequidad sufrida, tratando de sostener a rajatabla mi rala dignidad, tantas veces vapuleada por el que decide las circunstancias denigrantes de los de abajo.

Mi cacareo adquiere visos de alegría cuando el llamado “duro” de arriba saca clase turista para transitar las aguas candentes del Erebo, dejando su carroña visceral a los dueños de la entraña terrenal. Es entonces cuando enciendo algún que otro cirio, por unos breves minutos, pidiendo que los anélidos, gusanos y lombrices lleguen a tolerar esa cruel indigestión y que no los aparte de futuros y certeros cometidos.

Durante el curso de mis vacaciones de retiro permanente, he disfrutado, en estos escasos meses, de dos acontecimientos felices que ahuecaron el contexto de la infamia instituida, que albergó durante décadas los destinos de una nación despojada. Pareciera que sólo la muerte goza de probidad y justicia para condenar a los apátridas de siempre.

Y aunque se que deberé deponer mi existencia en un hoyo semejante, los ansiosos devorantes sonreirán cuando lleguen al lugar donde se alojan mis empecinadas miserias.
Adolfo Vaccaro, escritor argentino | mensajes@adolfovaccaro.com.ar | 2002 - 2024 | Textos disponibles en el sitio: 594