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Breves historias de vida - 07 de Julio de 2005

Hoy pelea Locche en el Luna Park

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Un tano despertar presenció el festejo del augurio, aquel 2 de Septiembre de 1939. En Campo de Los Andes, detonó su libertad como Vista de Flores, presagiando ese mirar de la contienda, esquivando los primeros golpes de la vida, al ver a su viejo partir cuando solamente siete años tenía. Doña Nicolina, su madre, se transformó en el pilar que acompañó su decisión y parte del testimonio enjundioso que lo viera, a los nueve años, debutar en el hangar del Aeropuerto El Plumerillo, clavando en la balanza sus treinta y siete de esperanza.

Luego, su plano andar se subió al ring de Mocoroa, dónde Bermúdez dispuso del diseño, otorgándole a aquel transcurrir de Charlot esa capacidad intangible.

Dos décadas debieron transcurrir para que el récord profesional principiara su dorado libro, demostrando el arte de la defensa, algo poco valioso para los ávidos de sangrientas batallas. La víctima, Luis García, quien escuchó los diez en el segundo round, un día antes que enmarcaría la consagración de aquel triunfador, dos lustros después. Fue el once de Diciembre y los pocos asistentes despedían a un debutante con tibios aplausos.

Nadie se aventuró a predecir que sus confrontaciones llenarían estadios de vítores gozosos y que la tauromaquia se instauraría en la superficie del cuadrilátero.

Y como correspondía, Japón develó su alma de tango, como lo hiciera con Pascualito y Horacio, presenciando la más extraordinaria exhibición de boxeo de toda la historia pugilística. El hawaiano Paul Fuji padeció la pesadilla que minutos antes sólo fuera un breve sueño en el vestuario contrincante. Los ojos del que fuera campeón no pudieron contemplar, antes del comienzo del décimo asalto, el resto de lo acontecido. Y el título viajó a la Argentina, junto a esa pequeña comitiva, representativa de la escasa confianza. Más tarde, la cátedra se transformó en hazaña, y el Luna Park en tumulto.

El resto únicamente agrega matices de leyenda. Ciento veintidós peleas como amateur, ciento treinta y seis combates profesionales, de los cuales ciento diecisiete dictaminaron victoria, cuatro fueron derrotas y quince finalizaron empatadas.

Mientras los fuelles y el cuore estaban perdiendo su última pelea por puntos, alguien en New York se repuso de la amnesia el 8 de Junio, colocando en el salón de la fama del Boxeo, en Canastota, el postergado legado que Nicolino le ofreció al deporte de los puños.

Durante la noche del 7 de Septiembre, su mujer María Rosa, sus hijas Ana María y Karina, y su hijo Felipe – así bautizado en honor al recuerdo imborrable de su padre -, comprendieron, mejor que nadie, que el ídolo fingió el dictamen de abandono.

Guiñó su ojo, mostró el cinturón de campeón y se dispuso a entrenar para su próximo combate celestial.
Adolfo Vaccaro, escritor argentino | mensajes@adolfovaccaro.com.ar | 2002 - 2024 | Textos disponibles en el sitio: 594