Silente contemplo un jardín de caléndulas
ingresado a tus ojos.
¡Tus ojos!
Mansión de mares y pródigos sones
que nutre en caricias
el amanecer,
trasponiendo el trémulo matiz de corolas,
abiertas,
preñadas de vívida luz.
¡Tus manos!
Puerto de mi barco varado de viajes
que vuelca en ofrenda
su anclado dolor,
teñida de luces
si besas mi acero,
quitándole mohos de antiguos adiós.
¡Tu boca! ¡Dios mío, tu boca!
Aljibe de vino que aturde rescoldos
sabiéndome cierto.
Fracción de mudez
que huele a pasiones,
despiertas, convulsas, que sabe a tu piel.
¡Tus oídos!
Sepultura firme donde mueren mis dudas,
mi rabia,
flagelos inermes
buscando consuelo.
Transitado espacio que vuelve muralla
a la vil campana
del hosco arrebato.
¡Amor de caléndula!
Si yermo y salobre me supo el camino
tu voraz imagen
frondosa me entrega
voces y remansos de vida encendida.