Su poder se sustentaba en la lujuria, perversidad y terror impuestos durante el tiempo de su reinado. Saberse descendiente directo del Dios que iluminaba sus pasos, le permitía involucrarse en el derecho a la vida y así transformarse en un subastador de muerte inmisericorde. Su adicción a los narcóticos exóticos, incorporaba ocelos a su mirada, permitiéndole ingresar a un caleidoscopio que precisaba, detalladamente y de forma simétrica, las vejaciones y descuartizamientos que ejecutaba a libre albedrío. El placer aumentaba a medida que la descomposición de la imágenes se adueñaban de sus sórdidas fantasías. Su séquito y esclavos temían ser elegidos por el capricho malvado que afloraba raudamente en un instante de soliviantada actitud incomprensible.
El monarca expresaba que su destino divino necesitaba de actos terribles y de sacrificios que alimentaran su espíritu, hasta convertirlo en un prima de luz inexpugnable. Hablaba de su eviterna concepción capaz de eliminar aquel oráculo impuesto por sus antecesores.
A medida que la decrepitud se instauraba en sus carnes, la fuerza de su espíritu alcanzaba proyecciones inmensurables. Cada paso se vestía de rojo destello y su traslado enjuto se esparcía en centellas.
Antes de su deceso pidió no ser embalsamado, renegando de las costumbres de su época. Su féretro fue depositado en una tumba lejana de la ciudad de los Dioses, por decisión expresa del sucesor al trono.
Cada una de las palabras pronunciadas durante su existencia mundana se hicieron realidad. A medida que su cuerpo era devorado lentamente por anélidos y bacterias, la fortaleza de su espíritu se iba deteriorando por el padecimiento de su exterminio visceral. El dolor transmitido se hacía insoportable, comprendiendo que, a su vez, había construido una cárcel para el alma. Ésta no podía trasponer el infranqueable muro que su espíritu construyó consumiendo actos y crímenes aberrantes.
Hasta que un día, un grupo de Paleontólogos encontró sus restos, siendo llevados a un laboratorio de Londres que se encargaba de investigar estos descubrimientos. Cuando el cráneo fue sometido a la prueba de C 14, una intensa luz se liberó de las órbitas. Habían transcurrido 2.450 años para que la paz se prodigara en un alma fugitiva.