Cuando la imperfección hubo logrado su humano objetivo, consiguiendo que el hábitat universal devastara la casi totalidad del ecosistema a través de sofisticadas guerras, desmonte y polución química, ya un grupo de científicos habían descubierto una máquina capaz de neutralizar el efecto destructivo del calor en su máxima exponencia. Loa ensayos realizados en volcanes de gran actividad, permitieron aseverar que la tesis fue demostrada mediante experimentos llevados a cabo con seres vivientes, primero, y luego con personas. Se podía atravesar la masa ígnea sin que ésta produjera ningún daño en los tejidos del cuerpo.
Además, se pudo conseguir transferir la energía de la masa candente al organismo, como forma de alimento, permitiendo equilibrar el nivel de calorías necesarias para sostener la vida.
Una vez que las excavaciones encontraron el magna del planeta, teniendo la certeza de haber llegado al centro de la tierra, de las regiones polares se construyeron acueductos, de igual profundidad, para suministrar el líquido esencial - el único purificado de todo el globo – favoreciendo la conservación de la especie.
Para los viajes en el trasbordador se eligió a la décima parte de los referentes más importantes del planeta, es decir, hombre de artes, ciencias y aquellos de gran poder económico. Mientras, el resto descartado de dicha clasificación, morían por millones suplicando o justificando la decisión del ser celestial, correspondiente a sus diferentes filosofías antagónicas. El demonio se había instaurado en el otrora paraíso terrenal, dando rienda suelta a aquellos cuatro jinetes apocalípticos.
En cambio, los sesenta millones seleccionados viajaban al infierno a continuar su nueva existencia, dónde edificaron las paredes de un nuevo mundo y estableciendo lo mismos límites, aunque acotados, referentes a la importancia de sus funciones emanadas de su anterior condición.
Solamente quedará esperar los próximos dos siglos que serán testigos de todo lo inmanente a la razón humana.