Ferrer y Piazzolla te entregaron sin pensarlo un testimonio que identifica tu vida: "Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese, que se yo, viste". Goyeneche le puso la voz: "Medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel......". Esas rayas celestes y blancas que presagiaron tu nacimiento un 11 de Marzo de 1936 en la ciudad de La Plata.
El oráculo de los dioses te entregó junto a tus amigos niños, ese primer club creado por tus ansias: Peñarol. Como no podía ser menos tenías que decidirte, y a los catorces pirulos te vestiste de Estudiantes.
Dado que el hombre no puede avizorar el futuro, te dejaron libre de acción cuando te fracturaron el tobillo. Pero tu destino no podía negarnos la posibilidad de verte recorrer con tu magia el campo de los sueños futboleros.
Dos años de convalecencia fueron suficiente para que renacieras en el Juverlandia de Chascomús. Y entonces fue, que el Hado de los sueños hizo que la señera albiceleste te viera driblear como un péndulo con pelota y permitirle a un gran descubridor llamado Aparicio traerte al fútbol grande.
Cuatro lucas de préstamo y diez por la compra definitiva, fueron escasas pero suficientes para que jugaras en tercera.
Tus frescos diecinueve años contemplaron tu debut en primera el 30 de Abril del 55. Y por segunda vez la ironía se presentaba por sorpresa. Tu circunstancial rival iba a ser el que fuera en tus inicios: Gimnasia y Esgrima La Plata.
Tu especialidad fueron los penales ejecutados con maestría, inaugurando el 28 de Octubre de aquel 55 tu racha casi perfecta. De los 68 que pateaste, siempre despacio y a una esquina, solamente Minoián, Cozzi, Roma y Cejas consiguieron intuirte, dado que nunca le erraste a ese rectángulo recubierto de piolines.
Te fuiste ovacionado de la cancha, allá en 1957, cuando ganamos el Campeonato Sudamericano de Lima, venciendo al eterno rival, Brasil, tres a cero. Esa noche ninguno podrá olvidar tus endiabladas gambetas frente a los precursores de Garrincha, y a esa amiga 'la pelota' que entregaste a la tribuna como agradecimiento.
Aún tengo en mis oídos aquellas palabras dichas a un reportero que cubrió el partido contra Alemania en el mundial del 58 cuando nos ganaron 3 a 1: 'Nos cagaron a patadas'.
La ingratitud que la guita provoca te deportó a la ribera en el 62 y un cacho de mi cuore se fue contigo. Doce palos justificaban un pedazo de historia imborrable. Luego Medellín en el 69. Tu regreso por San Telmo en el 71. Y el fin de tu carrera en el 74 vistiendo los colores de Alto Valle de Río Negro.
Fuiste humilde, agradecido, loco, amigo y derrochón. El hijo pródigo se llenó de orfandad, igual que otros tantos, en este existir sin segundas partes. Te quedaste mirando aquella lamparita, cuando tu mujer se piantó, dejándote sólo un cajón de frutas para pensar lo impensable.
La Merello bautizó con tu apellido al perro que más amó. Y fue esta mistonga paradoja de vida, la que hizo que tu abandono fuera rescatado por otra grande llamada Tita. Como la anterior, pero de Racing. Como ocurre en estos casos los agradecidos se borraron, olvidándose rápidamente de tantas alegrías compartidas.
Tus fuelles no resistieron. Se cansaron de dar tanto respiro a tu locura. Y bien sabemos que este es un mundo de cuerdos; de sistemáticos coherentes que nos matamos para vivir y procurar esa ilusoria presea de oro que nos sirva para sostener una esperanza.
Orestes Omar Corbatta. Un recuerdo indeleble que podemos observar por las noches gambeteando estrellas.