La pútrida baba sugiere una víctima. Subrepticiamente el dragón ya mordió al ciervo. Éste caminará hasta que su contaminada sangre detenga el tambor del reciente corazón enfermo. Las garras descuajarán el convite y de una sola engullida anidará a aquel cuerpo en sus entrañas. Luego, dormirá una semana. Unos días serán suficientes para reptar, otra vez, insaciable.
Anticonstitucionalísimamente, el despiadado carroñero ha herido mortalmente a su siervo. La patria se debate desahuciada en la mesonera edificación del tríptico democrático, por donde la justicia declama el poder de la infamia, dictaminando sentencias viciadas y promoviendo nuevos paradigmas de punidad impunible.
Los actores son idénticas rémoras en diferentes habitáculos. La mimetización draconiana promete saqueo y fétidas heces, devengados del mismo inmolado alimento.
La mayoría aplaude nuevamente. El ochenta por ciento de los inmersos en el dédalo visualizan una luz de salida a su esperanza. Y resulta extraordinario que ella exista, aún cuando el gran reptil ya diagramó todas las circunstancias que derivan de su trampa.